Nadie puede dudar que la lucha pandémica, es una
guerra contra un enemigo invisible pero mortal que
no logrará ser derrotado, sin el concurso organizado
del pueblo, en una batalla común en todos los
planos: cultural, económico, social y político.
El título de la nota, remite a un libro del más
grande general del siglo XX: Vo Nguyen Giap, que
venció sucesivamente las invasiones japonesas, la
colonización francesa y expulsó a EEUU de su
territorio. En ese libro expresa que ninguna guerra,
ni política, ni económica, ni cultural, menos aún
militar se puede ganar sin el pueblo siendo parte
activa de la misma.
Nunca se asumió en nuestro país, que la Pandemia es
una guerra. Siempre desde el inicio de la crisis,
los diferentes actores, a excepción del gobierno y
los necesarios involucramientos de trabajadores de
la salud, maestros y trabajadores sociales, se
opusieron a que sea considerada como tal. Ni
siquiera se abocaron a estudiar, como debimos hacer
todos, desde la molécula, hasta los efectos
posteriores, desde físicos hasta psicológicos,
personales y sociales que dejaba su paso.
Fue más fácil para algunos opinólogos, ejercer el
derecho a la estupidez, desarrollando diferentes
disparates, como curas milagrosas, negando la
existencia misma del virus, denigrando su
importancia, desechando la crisis, desempolvando
teorías conspirativas mundiales, antes que de
hacerse cargo de cargar de las responsabilidades
compartidas, de una sociedad en lucha.
Peor aún el comportamiento de un sector de la
oposición política, que no sólo no asumió su rol,
sino que por lo contrario, en una claro intento de
especulación miserable, hizo de la confrontación a
las políticas sanitarias una bandera de lucha
interna, en un país entero que defendía la vida,
intentaba evitar la muerte, sabiendo que no se
tenían otras herramientas para frenar el virus, más
que el acatamiento estricto a las medidas de
aislamiento y distanciamiento, que son las únicas
que permiten aislar el virus comunitario.
O sea que compatriotas nuestros, en plena guerra, le
abrieron otro frente de batalla a quienes luchamos
por la vida, un nuevo escenario de combate, al
enarbolar dudas permanentes, sembrar odios
reconcentrados, apuntar a la ventaja fácil,
denigrando a diestra y siniestra, desde medios
hegemónicos, que diariamente bajaban la moral del
pueblo, la tropa necesaria, el ejército del pueblo,
en cualquier guerra. Eso en batalla se llama
traición a la Patria.
El pueblo se moviliza y lucha cuando tiene una causa
justa por la cual avanzar en conjunto. Si un sector
de la dirigencia y los medios tiende a cuestionar la
empresa de vencer al enemigo pandémico, eso es
debilitar la lucha, entregar al país a la muerte,
que necesariamente afecta a los sectores más
desprotegidos de la población.
Si los sectores económicamente poderosos, pretenden
seguir acumulando riquezas en medio de la guerra, si
plantean abandonar la lucha por razones de
confrontación salud-economía, si deciden apoyar la
desmoralización del pueblo, llevando desánimo
diariamente, dejaron de ser compatriotas, por ese
egoísmo voraz del capitalismo salvaje que denuncia
Francisco.
Ante esa situación, las fuerzas populares, los
dirigentes sociales y políticos, deben iluminar el
camino de la lucha del pueblo, no compartiendo la
agenda de estos verdaderos irresponsables que
colocan a 45 millones de argentinos de rehenes de
“patéticas miserabilidades”, al decir de Don
Hipólito. Es que la “única verdad es la realidad”,
respondería el viejo y sabio General, desde su
comando celestial y ella demuestra la necesidad de
la unidad del campo nacional y popular, sin fisura
alguna, hasta vencer en la batalla principal.
En ese camino, identificar claramente el objetivo de
lucha, informar con claridad, dar las precisiones
que se puedan adelantar, alentar al pueblo a dar
batalla, estimular la moral de un destino común,
evitar más muertes, es responsabilidad de cada uno,
pero en especial de quienes tienen en sus
decisiones, el destino de la Patria.
En ese camino quienes queden al margen de esta
épica, serán identificados por el pueblo, como
quienes dieron la espalda a una situación límite,
quienes decidieron que la solidaridad social es sólo
entre los trabajadores, los humildes y los
desposeídos, que los “ellos” sólo llevan la bandera
del individualismo egoísta y ególatra, construido en
una sociedad invivible, la crisis civilizatoria
global, que la Pandemia desnudó e hirió de muerte:
el neoliberalismo criminal, brutal e inhumano, que
vistió las últimas décadas al mundo.
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